Había una vez una familia, conformada por el padre, la madre y dos niños; Julián y Tomás, de 4 y 7 años respectivamente, que llegó a vivir a una hermosa casa de campo con un patio grande, animales de granja y buena vegetación. Los niños estaban felices porque por fin tendrían suficiente espacio para jugar y disfrutar de la naturaleza como les gustaba.
La mamá estaba maravillada con su cocina, que tenía de todo, muy diferente a la de antes, hecha en leña y muy pequeña. Por su parte, el padre, ya hacía planes para invitar a los amigos a hacer asados en el patio de su nueva casa.
Cada quien tenía un motivo para estar contento con la mudanza.
En el centro del patio había un enorme árbol que no se podía derribar, pues hacía parte de las reservas forestales del pueblo. El árbol era tan grande que su cima llegaba al cielo.
Un día los niños volaban cometa muy alto y en una de esas, pega una brisa fuerte que hace que la cometa se enrede en la parte alta del árbol. Julián el niño más pequeño se puso a llorar, entonces el más grande le pidió que se calmara, que tenía un plan.
El plan consistía en subirse al árbol para recuperar la cometa, pero no decirles a sus padres lo que haría. Tomás, el hermano mayor pidió a Julián, el más pequeño quedarse abajo vigilando que nadie lo viera.
La cometa quedó entre la copa del árbol y las nubes que tapaban sus ramas más altas. Tomás subió y cuando estuvo arriba. Le dio curiosidad asomarse por entre las nubes y allí descubrió un mágico secreto. Cruzando el árbol había otra vida y allí la gente bailaba, cantaba, se veía contenta, era feliz.
Cuando ya pudo bajar, fue corriendo a donde sus padres y les contó la historia. Al otro día toda la familia visitó el lugar y comprobó lo dicho por Tomas. Después de ese día, la familia luego de atender los quehaceres de la casa, suben a disfrutar, sin que nadie se entere. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
FIN.
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